lunes, 25 de abril de 2011

El mundo sumergido

Nunca había leído a Ballard, y no por falta de ganas, sino por desidia, tal vez. Siempre había algún otro libro o autor que se ponía por delante. Fue a raíz de su muerte, el año pasado, cuando se me dispararon las alarmas y decidí que debía leer algo suyo, así que me puse con El mundo sumergido, pero no tengo del todo claro que esta elección como debut haya sido la más acertada.

La intensa elevación de la actividad solar ha hecho que la temperatura se incremente de forma extraordinaria. Como consecuencia, las aguas han crecido y han anegado casi toda la superficie terrestre. Las zonas ecuatoriales y tropicales se han hecho inhabitables y la humanidad ha tenido que recluirse en el norte, cerca del polo.
Lo que antiguamente fue Londres es ahora un conjunto de lagunas mangláricas en las que las iguanas campan a sus anchas y donde el grupo científico encargado de su estudio debe preparar la evacuación al norte, pues se preve un rápido y fuerte aumento de temperatura en los próximos días. Pero algunos científicos y militares se niegan a abandonar la laguna y pretender permanecer en la zona pase lo que pase.

Con estas premisas, mi primera impresión fue la de que la novela prometía y, a pesar de que no se trata de nada nuevo, Ballard crea un giro narrativo completamente original y diferente a lo que pudiera esperarse. Un giro muy interesante en concepto pero que a mí, en particular, no ha conseguido engancharme del todo.
Ballard especula con el cambio producido en la psique del hombre al complicarse las condiciones de vida en la Tierra de tal modo que, al crecer el agua, los manglares colonizarán todos los terrenos y los seres vivos regresarán a la vida en el carbonífero y, por tanto, crecerán en tamaño y se adaptarán al medio de forma diferente al hombre, que, adaptado ya a la civilización, involucionará a épocas pretéritas, adentrándose incluso en el líquido preamniótico que lo llevará a una mente más feral.
Con este trasfondo Ballard consigue crear varias escenas sofocantes que entremezclan el
feralismo de las selvas primigenias, con el deseo del hombre de adentrarse en ellas. Si a esto le sumamos la llegada de ciertos individuos con ansias de expolio, nos encontraremos también con la constatación fáctica del egoísmo del hombre ante cualquier circunstancia y el afán de perverso enriquecimiento que nos domina. Me hace pensar también, a título personal, claro, (aunque sea éste un pensamiento tangencial a la reseña), en la poca evolución del ser humano en materia de supervivencia económica, quiero decir, en como desde el trueque y la invención de las monedas, el ser humano se ha apoyado en ellas para subsistir y en que jamás abandonaremos este camino, a pesar de las circunstancias más adversas la fórmula será siempre la misma y sin dinero se perecerá, mal que me pese esta mentalidad.
Tras este caviloso lapsus he de decir que la prosa de Ballard es elegante y precisa y permite leer la novela de forma ligera, pero siendo necesario también tomarse su tiempo para asimilar la ficción especulativa con vertiente antropológica desplegada por el autor. Quizás sea esto lo que haya hecho que la novela no me haya parecido redonda, la falta de acción directa o más contundente, sino acción pasada por un tamiz de calma y endulzado con los efectos psicóticos de un retroceso a la psique más primaria del hombre.
No es una novela que destaque por sus personajes, (siendo Strangman, el personaje más definido de la novela), sino por las ideas, como he dicho, desplegadas.

En fin, una novela aceptable, que sirve de ejercicio introspectivo y que sin conocer nada más de la obra de Ballard, me arriesgo a decir que no debe ser de lo mejor. No ha conseguido que me apasione, pero me ha llamado la atención lo suficiente como para leer algo más. No sé si será buena elección pero algo más adelante me arriesgaré con Las voces del tiempo, que me está llamando desde la estantería. Veremos a ver que tal esta vez.

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